¿Estás seguro de hacerlo? – dijo el rey Kit, moviendo una pieza de escudero en el mapa que
estaba sobre la mesa. Lo miró con unos ojos agradecidos con sabor a miel al que se le acercó
hace unos segundos. Eres el mejor – le dijo -, todo lo haces por el reino.
El príncipe del oeste, Kum Vag, estaba confundido, temeroso y conmovido por las palabras de
su majestad; sin embargo, asintió con agradecimiento, mientras inclinaba sus piernas
tambaleantes ante su señor.
--Mi señor, rey Kit, hijo de la divina Loba de La Luna, me casaré con la hija del rey Tabarit, Señor
del Puente, para regular el trato que frustramos. Mi reino del Oeste, Fullham, será del rey
Tabarit.
El rey Lobo sacó su espada valiente y la recostó en el hombro de Kum Vag.
--Si me caso, podremos llegar al Capitolio y vengar la muerte de la princesa Bella. Pero para ello,
recalco, debemos pasar el reino de Tabarit, ya que es el camino más seguro– dijo Kum Vag al
sentir la espada de hielo.
--Mi hija, mi bella hija, mi sangre, mi dolor. Me vengaré y así será. Mandaré una carta a Tabarit
y le diré que me disculpe por el trato que fallé; no obstante, para conciliar le diré que te casarás
con la hija que aún no consigue marido- dijo el rey Kit, mientras una de sus manos daba vueltas
a la pieza de caballo en el mapa; el otro, sostenía firmemente la espada.
El Rey sacó su pergamino de oro, tan brillante como un diamante del sol, tanto era su esplendor
que iluminaba de ideas hasta a los más ignorantes del reino. Escribía, borraba, volvía a escribir.
Botaba el pergamino. Volvía a sacar otro. Comenzaba a escribir de nuevo. Rompía plumas por
escribir tan rápido. Mandaba pedir otra. Y así prosiguió hasta, que después de mil intentos, le
dio el mensaje a Kum Vag para que le dé al encargado de llevar tal nota.
Kum Vag le realizó un acatamiento y se fue tras la puerta de color vino. Al ver irse la anatomía
de Kum, el rey Kit expulsó un aire cansado, sediento de venganza y con sabor a pena. No sabía
cómo le iba a recibir Tabarit. Había fallado la promesa. Había jodido el plan. Había llevado al hijo
de Tabarit a la muerte. Había algo en común entre él y Tabaret: la venganza. Se levantó de su
asiento y se fue a sus aposentos. Lo único que quería era pasar la Ciudad Del Puente para cumplir
su venganza.
Pasaron minutos, horas, días y semanas y no hubo respuestas. Una mañana, su fiel sirviente lo
despertó para que vea el amanecer, ya que le hacía acordar a su hija viendo el paisaje. Se
levantó. Abrió la cortina: el sol iluminaba hermosamente la ciudad. Salió al balcón, y observó
todo lo que había a su alrededor. La ciudad estaba inundada de un color anaranjado, rojizo, con
sabor a durazno. El aire cantaba un sonido dulce, como si el viento supiera que el rey los estaba
vigilando. El olor de la ciudad era tan amigable que hasta los enemigos, al olerlo, pedirían la paz,
amistad y una miga de pan. Estaba meditando que si iba a responder Tabaret el mensaje hasta
que escuchó varios pasos. Volteó, era su sirviente con una bandeja: era la carta que esperaba
hace semanas. Se acercó. Rompió el sello. Ordenó a su ciervo a servirle un vino. Se sentó en su
trono. Tomó el vino que le trajeron, y, por fin, lo abrió. Al leerlo, su cara de angustia se convirtió
en una sonrisa de payaso. Rápidamente dijo a sus allegados que se preparen para el viaje.
Después de una semana de viaje, llegaron a la Ciudad Del Puente con más de mil hombres para
llegar al Capitolio, pero para lograrlo, tenían que pasar la ciudad del señor Tabaret. Todos
entraron con gran alegría; no obstante, el rey Lobo estaba nervioso y listo para pedirle disculpas
al Señor del Puente. Sus hombres se quedaron en el gran campo observando la alta y luminosa
noche, mientras que Lobo y Kum Vag entraron al cuarto principal. Mientras la puerta se abría,
su puño lo cerraba y se aseguraba de que su espada este pegado a él. Rogaba que no pasara
nada malo. Entro al cuarto y ahí vio a Tabaret sentado, mirándolo completamente.
Tabaret era grande, tan grande como un dinosaurio, hasta cuando hablaba parecía que rugía.
Su gran bigote de color paz parecía un árbol de navidad, pero contrastaba con su mirada fría y
sangrienta. Era tan delgado como la espada que llevaba. Si no fuese por el bigote, la espada y
Tabaret serían gemelos. Kit y Tabaret se miraron fijamente. Tabaret le dijo que no ha cambiado
nada desde la última vez que se vieron. Si bien era su rey, él lo veía como su mejor amigo. Le
hizo recordar de cómo jugaban desde pequeños. Le hizo recordar de cómo rompió su promesa.
Le hizo recordar el sabor de tener un mejor amigo. El rey Kit sintió la pureza viva de la pena en
cada palabra que decía. El Rey le pidió disculpas, le dijo que los enemigos del Capitolio le habían
tendido una trampa y habían muerto toda la tropa, incluido el hijo de Tabaret. Cuando le dieron
la noticia, la promesa de la protección del hijo de Tabaret se convirtió en una espada fundida de
metal tan caliente que iban a quemar a ambas familias. El Rey no aguantó y abrazó a Tabaret.
Este último, le dijo que lo perdonaba. Era una guerra, su hijo quiso ir y la consecuencia era su
muerte. Le susurró con un olor a rosa en sus oídos: Kum Vag se casará mañana en la noche y
pasarás el puente a vengar la muerte de nuestros seres queridos.
En la noche siguiente, el Rey llegó a la boda y vio a Tabaret sentado en el medio de una gran
mesa. En su lado derecho, estaban sus 7 hijas tan blancas como la nieve; en el lado izquierdo,
sus 4 esposas. Se sentó en el gran comedor y presenció la boda de Kum Vag con una de las hijas
de Tabaret. Agarró el tenedor y comenzó a comer la carne de cerdo que había en su plato. Cada
mordida era un dolor al alma, ya que odiaba el cerdo. Los novios bailaban con Tabaret; Kit, con
su venganza hacia el Capitolio. Lo había logrado, tenía el permiso de pasar el puente, el ejército
de Tabaret y la suya. Veía como Tabaret festejaba, le hizo acordar cuando eran niños. Daría todo
por volver a aquellas épocas. Tabaret se le acerca y le da un cáliz con vino tinto rojo, un rojo que
nunca había visto, parecía la puerta al infierno. Tomó un sorbo, luego dos, tres, cuatro, cinco….
Rápido como la luz, sintió que el cuello le apretaba, agarró el cuello de Tabaret pero las fuerzas
se le iba como se le fue su hija. Hizo un grito ahogado que sólo él pudo escuchar. Tambaleó. Se
arrodilló. Sus venas de su cara comenzaban a llenarse como un pez globo. Asimismo, salía sangre
de la nariz, de la boca, etc. Se desplomó, sus ojos de sangre miraban fijamente los ojos de
Tabaret. El Rey estaba muerto.
Tabaret se agachó, agarró el cáliz y lo examinó. Estaba riendo tristemente, las personas del gran
salón comenzaron a gritar y los guardias del Rey comenzaron a descuartizar a los soldados de
Tabaret. Una nueva guerra había comenzado en el salón y afuera de ella. Kum Vag se le acercó
a su suegro, perplejo y le dijo, en medio de un baile de espadas, de porqué lo había hecho. Sintió
ira en su voz, no sé qué pasó, le respondió. Mientes, refutó Kum Vag, tú le diste el cáliz. La gran
sala pasó de ser una gran fiesta de comidas a una carnicería viviente. De la nada, la puerta se
abrió: era el ejército del Capitolio. Tabaret se quedó helado, sus ojos lloraban sangre amarga.
Kum Vag se le acercó diciéndole que esté preparado para luchar y, entonces, sacó una daga y
acuchilló a Tabaret en el corazón. Su órgano sensible comenzó a vomitar sangre, Kum retorció
el cuchillo y Tabaret vio que en su cuello tenía un collar hecho de pastillas. Lo comprendió y se
acordó, el cáliz que dio a Kit le había dado Kum. Su sonrisa maquiavélica de Kum le decía todo.
Mientras la visión de Tabaret se le iba, como su vida, sus oídos seguían más vivos que nunca.
Kum le gritó en el oído que había puesto un collar de psicofármacos, como el de su cuello, en el
cáliz. La persona que lo tomaba iba a morir de sobredosis. Le dijo que realmente no era para Kit,
sino para él; sin embargo, el resultado iba a ser lo mismo. Se le hizo la tarea más fácil. Asimismo,
sus labios rozaron la oreja muerta de Tabarit y pronunció: Soy parte del Capitolio y tu reino es
mío. Sacó con fuerza la daga del corazón y el reino de Kit y Tabaret, como sus cuerpos, cayeron
a un profundo sueño negro.
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